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Ruta por el Penedès, la Toscana catalana

Cava y modernismo por las carreteras secundarias del Alt Pendès de Vilanova i la Geltrù a Sant Sadurní d’Anoia

Viñedos en el municipio de Vilafranca del Penedès  / EFE

Viñedos en el municipio de Vilafranca del Penedès / EFE

Ana Montenegro

11.06.2020 23:18h

8 min

El escritor Josep Pla definió el Alt Penedès como una inmensa alfombra de viñas, inclinada de norte a sur y delimitada por olivares arriba y algarrobos abajo, hasta llegar a Tarragona. Esta comarca es famosa por su gigantesca producción de cava, pero es mucho más que la gran fábrica de espumoso de Cataluña. Aquí también se elaboran, con una tradición milenaria, excelentes vinos, tintos, blancos y rosados. Y aunque los viñedos inundan el paisaje, las masías, los monumentos románicos y los edificios modernistas salpican una zona que a finales de agosto suele empezar la vendimia. Todos estos elementos, unido al clima y a la proximidad del Mediterráneo, la hacen muy similar a la Toscana italiana.

Os propongo recorrer esta zona, sembrada de vides y modernismo por carreteras secundarias desde la costa hasta la capital del cava, Sant Saduní d’Anoia. Un viaje que nos van a permitir disfrutar de la conducción y de todos los sentidos. Para recorrer estas carreteras puede ser oportuno conducir un coche local, como un Seat Tarraco.

La ruta arranca en la playa, en Vilanova i la Geltrú, la capital de la comarca del Garraf, a sólo 10 km de Sitges y casi equidistante entre Barcelona (49 km) y Tarragona (45 km). Desde el mar nos adentramos en una comarca en la que las vides cubren más del 70% de la zona cultivable y hace cambiar el color del paisaje según la época del año en la que estamos. En primavera toca el verde ácido de la floración; en verano se vuelve más oscuro; en otoño, tras la vendimia, llegan los tonos ocres y en invierno se pinta de finas líneas marrones con las cepas desnudas.

Tomamos la carretera BV-2115 (conocida también como la carretera del Foix) en dirección a Castellet, que está a sólo unos 15 km. Esta carretera cumple todas las expectativas de cualquier apasionado de la conducción, ya sea sobre cuatro o dos ruedas. Es sinuosa, pero con un buen firme, y cuando nos aproximamos al embalse de Foix atravesamos pinares y cañones de altas paredes.

Como primera etapa de una ruta vinícola, reconozco que Castellet es bastante chocante, pero precioso. Se trata de un pueblo medieval encaramado en un meandro del pantano del río Foix, en las estribaciones del Parque Natural del mismo nombre. Está coronado por un castillo, documentado ya en el siglo X, que dominaba el paso entre el alto y el bajo Penedés. En la Edad Media tuvo una gran importancia estratégica ya que formaba parte de la frontera de entorno al año 1.000, la ‘marca’, que separaba el imperio carolingio en el norte del de los Omeya en el sur. Hoy es una preciosa atalaya para admirar el entorno.

Merece la pena hacer una visita a la esclusa del embalse, a la que se llega por la carretera que bordea el río Foix. La presa se construyó en 1928 y se reformó en 1936. Este humedal está rodeado de pinos y de algunas de las encinas originales, además hay aves acuáticas, anfibios (por ejemplo, salamandras). Incluso se pueden ver águilas perdiceras.

Secretos escondidos

En este punto os recomiendo hacer una desviación hasta Arbós del Penedès, son unos 6 km (ida y vuelta) por la TP-2115. Sólo la carretera merece la pena, es una recta entre viñedos que nos hace pensar que estamos en un valle vinícola californiano. Pero el verdadero motivo de esta desviación es ver una de esas rarezas que se descubren en los viajes. En este caso es una reproducción a escala 1:2 de la Giralda de Sevilla, la auténtica. La construyó a principios del siglo XX un rico y excéntrico matrimonio. También hicieron una reproducción del patio de los leones de la Alhambra de Granada. Todo un contraste arquitectónico e el corazón del Alt Penedès.

De vuelta a Castellet, tomamos la carretera BV-2117 que, pasando por Torrelletes, Les Masuques y La Rápita (donde la carretera pasa a llamarse BV-2176), nos permite dejar la zona montañosa, atravesar infinitas plantaciones de vides y llegar hasta Castellví de la Marca, un nombre que de nuevo hace alusión al pasado fronterizo de esta zona.

Entrar en Castellví es como viajar en el tiempo. Suaves cultivos de vides, aire puro, tranquilidad y antiguas edificaciones rurales. El principal atractivo de la localidad es el Castellot, un antiguo puesto de vigilancia situado a 469 metros, desde el que hay una estupenda panorámica del Alt y el Baix Penedès. En los días claros incluso se puede ver al fondo el Mediterráneo.

Volvemos hasta La Munia y tomamos la B-212, en dirección noreste para visitar Vilafranca del Pendès, capital de la comarca, en donde no hay que perderse su maravilloso barrio gótico, el ecléctico e interesante mercado de los sábados y el Museo del Vino que, según los locales, es “el mejor de Europa”.

¿Dónde comer?

Hacemos un stop para comer algo, pero sin dejarnos tentar por los vinos locales, nos quedan aún unas horas de volante y vino y automóvil son incompatibles. Antes de Navidad se celebra en esta localidad la fiesta del Gallo Negro, una de las aves de raza autóctonas. Son deliciosas y tradicionalmente se cocinan con ciruelas, pasas y piñones.

Entre las riquísimas verduras que ofrece la tierra sobresalen los calçots, unas cebolletas tiernas que se asan en sarmientos y se comen con las manos, mojadas en salsa romescu, entre noviembre y abril.

Algunos expertos gastrónomos sitúan también por estos lares el origen de un delicioso y contundente plato típico catalán, la butifarra con mongetes (alubias pequeña), además del xató, que es el nombre de una salsa hecha con almendras tostadas, miga de pan, vinagre, aceite y ñoras, con la que se adereza una ensalada de escarola, bacalao desalado y anchoas. La metonimia aquí se ha instalado a gusto y te puedes encontrar el nombre en una ensalada con una simple vinagreta.

De postre, melocotones o cerezas (que ahora están en temporada), cocas dulces, turrones artesanales o carquinyols, unas pequeñas galletas dulces y muy duras, parecidas a los cantucci italianos.

Terminada la sobremesa arrancamos de nuevo y nos ponemos en camino por la BP-2127 hacia Font-Rubí, de nuevo hacia el noroeste, ascendiendo por las sierras locales de Ancosta, Font-Rubí y Mediona, que marcan el norte de la comarca del Penedés y la separan de la de Igualada.

En el camino nos vamos encontrando diferentes bodegas y algunas se pueden visitas, aunque hay que confirmarlo antes porque no todas han reabierto sus puertas al público.

Justo antes de llegar al pueblo la carretera se hace más retorcida y empezamos a enlazar curvas a izquierda y derecha. El motivo es que estamos ascendiendo en muy poco kilómetros de 200 metros sobre el nivel del mar a 791. Font Rubí se conoce como ‘el mirador del Penedés’ porque desde su punto más elevado, en la explanada bajo el Castellot, hay unas espléndidas vistas del entorno.

La capital del cava

Durante todo el día y, pese a las diferentes desviaciones que hemos tomado, como no son muy lejanas, nos ha estado vigilando siempre desde el nordeste la Sierra de Montserrat , como una misteriosa y sobrecogedora fortaleza natural.

La última parte de la ruta, a través de la carretera BP-2126, nos lleva directamente hasta Sant Saduní d’Anoia, la capital del cava porque de esta localidad sale más del 80% de todo el que se produce en España y cuenta con 80 empresas dedicadas a esta actividad. Un final de viaje perfecto para degustar el mejor cava del mundo en bodegas, como la pionera, la de la familia Raventós.

La historia del vino en esta región es apasionante e incluso podría ser la buena base de un buen culebrón. Aunque el cultivo de la vid en esta zona se remonta a Íberos, griegos y romanos no es hasta el siglo XVIII cuando se convierte en una pujante actividad económica, con el inicio de las exportaciones, primero a Europa y luego a América.

Apogeo de modernismo

A finales del siglo XIX la plaga de la filoxera en Francia supuso un empuje para los vinos del Penedés, que cubrieron el hueco dejado en Europa por los franceses. Y es en esos años cuando se empiezan a producir espumosos, siguiendo el sistema francés champanoise. El impulsor de esta innovación fue Josep Raventós, de la masía Codorníu. Pero a finales del siglo, alrededor de 1890, la filoxera cruza los Pirineos y destruye las cepas del Penedés. Un grupo de la burguesía local, a los que luego se llamó ‘los siete sabios de Grecia’, promovieron la repoblación con cepas americanas, resistentes a la plaga. Este triunfo se celebra cada año en Sant Sadurní, el 7 y 8 de septiembre, en la Fiesta de la Filoxera.

La historia de esta aventura vinícola tiene una divertida versión literaria en ‘La fuerza de un destino’ de Martí Gironell, una epopeya inspirada en un personaje real que nacido en Cantabria emigró a Estados Unidos y gestionó restaurantes en Nueva York y Los Ángeles, donde recibía a todas las estrellas del Hollywood de los años 50 y 60, pero regresa para crear una bodega de calidad en el Penedés.

El esplendor vitivinícola en el Penedés coincide con el desarrollo del Modernismo. La burguesía agrícola no quiere diferenciarse de sus colegas de Barcelona, y promueve la construcción o decoración de edificios con este estilo en sus localidades. El resultado es un espléndido puñado de edificaciones, sobre todo en Vilafranca y Sant Sadurní, pero también en masías e incluso Castellví de la Marca o Font-Rubí, que contrastan con las vides y la vida del campo.

 

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