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Formentera, el paraíso recuperado con 37 km de asfalto y sin semáforos

Una pequeña red de carreteras con la mayor concentración de puntos de recarga de coches eléctricos nos acerca a rincones mágicos

El mar desde una cala de Formentera / PIXABAY

El mar desde una cala de Formentera / PIXABAY

Ana Montenegro

29.05.2020 01:03h

9 min

La isla de Formentera, la más pequeña habitada de Baleares, ocupa sólo 83,2 km2 pero su belleza y espectacularidad han hecho de ella desde hace años uno de los destinos más deseados. Desde Julio Verne a Bob Dylan, Jimi Hendrix, Valentino Rossi, Kate Moss, Nico Rosberg… todos se han fijado en ella.

Este paraíso blanco y turquesa fondeado al lado de Ibiza se ha hecho este año aún más deseado. Formentera fue el primer territorio en salir del confinamiento (con las islas del Hierro, La Gomera y La Graciosa) y, a salvo de invasiones de turistas este año, quienes la visiten la verán como fue hace más de medio. Con una diferencia, ahora cuenta con una pequeña red de carreteras que nos acerca a rincones mágicos y en la que proponemos una de nuestras rutas para el desconfinamiento.

Formentera, uno de mis lugares favoritos, es una isla llena de playas idílicas, calas salvajes y acantilados. Es muy plana. El punto más alto, el Cap de la Mola (Cabo de la Mola) en el extremo este, se alza solo 192 metros sobre el nivel del mar. Con una longitud total de poco más de 20 km, tiene un istmo en el centro de 2.000 metros de ancho. Los pueblos principales están en el interior porque cuando se crearon y durante siglos sus habitantes tenían que defenderse de los ataques de los piratas. Y no porque Formentera tuviera grandes riquezas, su principal tesoro lo descubrió en el siglo XX, el turismo.

La puerta de entrada a Formentera es realmente el puerto de Ibiza, incluso en temporada alta. La comunicación con el exterior es inevitablemente por barco, atravesando el estrecho de Es Freus que separa las dos islas. Unos 11 km de mar que se tardan en recorrer alrededor de media hora.

A Formentera sólo se puede llegar por el puerto de Sa Savina, el único de la isla. Durante la Guerra Civil y hasta 1953 tuvo un pequeño hidropuerto al norte, en el Estany Pudent, donde amerizaban y despegaban hidroaviones. La ausencia de tráfico aéreo ha permitido preservar su esencia y la naturaleza salvaje, además de protegerla de la pandemia.

Paraíso de los coches eléctricos

Depende de Ibiza para casi todo. Para que lleguen sus visitantes, para abastecerse o para la asistencia sanitaria y administrativa. Una flotilla de helicópteros traslada al hospital de Ibiza a las personas que no pueden ser atendidas en el pequeño centro de Sant Francesc Xavier, la localidad más importante.

En invierno, si hace mal tiempo, sus cerca de 13.000 habitantes se quedan aislados. Y en un verano normal, no este claro, la población puede llegar a quintuplicarse. Muchos son visitantes de un día, que regresan por la tarde a Ibiza, y otros se alojan en los cientos de barcos que fondean en sus 69 km de litoral.

El puerto de Sa Sabina se puede llegar con vehículo propio o alquilarlo en alguno de los cientos de rent a car que han proliferado estos años. La oferta en dos o cuatro ruedas es impresionante: bicis, scooters, coches eléctricos, descapotables e, incluso, un Citroën Mehari antiguo. En Formentera se calcula que hay 140 matriculados, pero en verano llegan más. La isla ha coqueteado muchas veces con ser un territorio de movilidad eléctrica 100% y ha hecho grandes apuestas. El Consell Insular está empeñado en los últimos años humanizar la circulación en su territorio. No se han desdoblado las carreteras, ha habilitado 32 rutas verdes que suman más de 100 km y apuesta claramente por la movilidad eléctrica. En toda la isla hay 24 puntos de recarga, posiblemente una de las mayores concentraciones por km de España.

Antiguos visitantes

La vegetación es la típica mediterránea. Pinos, higueras, sabinas, almendros y, sobre todo, matorrales de todo tipo de hierbas silvestres. Algunas son autóctonas, como la frígola, una especie de tomillo que tiñe de morado los campos en primavera y verano. Esta hierba es el elemento secreto para hacer un licor originario de Formentera, pero del que se ha apropiado la vecina Ibiza, las hierbas ibicencas, inevitables al final de una comida.

Aunque en Formentera se han localizado restos megalíticos de hace unos 2.000 años a. C. (en Ca Na Costa) y por ella pasaron fenicios, griegos, romanos, musulmanes y muchos piratas, incluso vikingos, quizá antepasados de los actuales visitantes, ninguno se quedó. Solo los romanos y los árabes resistieron un poco más y dejaron alguna herencia. Los primeros, la balanza o la luz de aceite de pescado, y los segundos, la noria, los molinos de viento, los aljibes o la cerámica.

Formentera fue una isla bastante deshabitada a lo largo de su historia. Hasta ahora. El actual paraíso fue un infierno para los humanos durante siglos. Para alimentarse tenían los escasos higos y almendras que recolectaban, lo que daban las pequeñas huertas y la pesca. La hambruna y las pestes provocaban periódicamente el desplazamiento de todos los formenteranos a Ibiza.

Durante siglos se limitó a servir a los ibicencos para abastecerse de madera, carbón vegetal hecho con los pinos que antiguamente daban sombra en Cap de Barberia, piedras, sal y esclavos. Los esclavos eran los piratas que se quedaban despistados por Formentera y a los que echaban el lazo de vez en cuando.

Los primeros turistas

Todo cambió entorno a los años 60 del siglo XX, cuando los sofisticados, bohemios y acaudalados turistas americanos, alemanes, ingleses, franceses, suizos o italianos desembarcaron con ganas de bañarse desnudos y de pasárselo bien bebiendo hierbas o usándolas cómo mejor les parecía.

En aquellos años del siglo pasado la red de comunicaciones eran principalmente caminos de tierra, salvo la arteria principal, la PM-820, que atraviesa Formentera de este a oeste como su columna vertebral y que recorre la distancia más larga de la isla, 20 km entre el puerto de Sa Savina y el faro de Sa Mola.

Esta carretera se terminó de construir en los años 20 del siglo pasado y sigue siendo la principal de la isla, con un carril por sentido, carriles bici y sin un solo semáforo, solo tres rotondas. Es básicamente una larga recta que se despliega por el interior y atraviesa las principales localidades: Sant Francesc Xavier, Sant Ferran de Ses Roques, Caló de Sant Agustí y el Pilar de La Mola.

Las únicas curvas de la PM-820 las encontramos al subir hacia el Cap de la Mola, ocho o diez giros enlazados, fáciles de trazar salvo que te cruces con algún autobús turístico. Esas curvas y los cientos de ciclomotores y bicicletas que ruedan en los meses de verano que, a veces, te hacen sentir que estás en un circuito son los únicos problemas al conducir

En medio del minitramo montañoso, en el km 14,3, me encanta parar en el restaurante El Mirador. No es muy sofisticado, pero hace honor a su nombre. Desde ahí se ve toda la isla y al fondo, ya en Ibiza, Es Vedrá.

Escenario de Julio Verne

La última parte de esta carretera es una recta sobre una planicie, con el faro de Sa Mola al fondo, que termina abruptamente en acantilados cortados a pico sobre el mar. Como si fuese la proa de esta isla anclada en el Mediterráneo. Al pie del faro hay dos puntos de recarga para vehículos eléctricos, el asalto del siglo XXI. 

Este lugar aparece citado en una de las novelas más surrealistas y desconocidas de Julio Verne, ‘Héctor Servadac’, en la que un grupo de personas de diferentes países recorren el sistema solar a lomos de un cometa tras una catástrofe en el Mediterráneo.

Verne nunca pisó Formentera y no está claro cómo conocía la isla, pero allí situó a uno de sus personajes cuando llega el cometa, quizás como en todo el escritor francés fue un visionario. La isla se lo agradece con una placa al pie del faro.

La carretera principal de Formentera tiene dos variantes. La primera, la PMV 820-1 de 9,2 km, pone rumbo hacia el sur. Arranca en Sant Francesc y termina en el Cap de Barberia, donde está el faro del mismo nombre que se hizo famoso en la película ‘Lucía y el Sexo’. Se ha convertido en una de las imágenes más icónicas de la isla, carne de selfies.

Red de carreteras

Las huertas valladas con muros de piedras y los pinos que atravesamos en la primera parte de la carretera, desparecen de repente para dejar paso a un paisaje rocoso donde solo crecen algunos matorrales.

En la variante norte de la carretera principal la PM 820-2 traza un círculo de unos 7,4 km entre Sa Savina y Sant Ferran de Ses Roques. Atraviesa el espectacular parque natural de Ses Salines, continuación del que hay en el sur Ibiza, y la playa de Ses Illetes, un arenal blanco con aguas transparentes de color turquesas. Aquí están algunos de los ‘chiringuitos’ más famosos del mundo como Juan y Andrea, El Pirata o Beso Beach.

De esta red básica salen algunas calles o ‘avingudas’ y, sobre todo, muchos caminos que nos acercan a playas, como la de Migjorn en el sur o Cala Saona, donde están las más espectaculares puestas de sol. Muchos de los accesos hay que hacerlos a pie.

Formentera está empeñada en mantenerse como un paraíso, aunque hace unos años parecía más una provincia de Italia. El turismo chic y hípster de franceses, alemanes y algunos italianos se rompió a principios de los 90. La crisis económica hizo que los alemanes vendieran sus negocios y los italianos entraron en masa impulsados por la fama que dieron a la isla las vacaciones de sus futbolistas más famosos.

Comer y dormir

Hasta el pasado verano el origen de los visitantes está más equilibrado y las limitaciones para construir grandes hoteles, unido a la escalada de precios, ha hecho que se preserve un estilo más sofisticado. Este año previsiblemente llegarán pocos turistas, los más apasionados.

Formentera conserva aún algunos de los locales que frecuentaron los primeros hippies. Fonda Pepe, en Sant Ferran, se mantiene casi igual que entonces. Aquí se dice que bebieron hierbas… y otras cosas, Bob Dylan, Jimi Hendrix, King Crimson y algunos miembros de Pink Floyd y Led Zeppelin. El Hostal La Savina, que hoy regenta la cuarta generación de propietarios, fue el primero al borde del mar y el Hotel Entre Pinos se remonta a 1967. La mayoría de los alojamientos son apartamentos, casas rurales y hoteles boutique como el Gecko Hotel, en Migjorn, con un bonito restaurante sobre la playa.

Comer en Formentera no era barato hasta ahora, esperemos que en 2020 la menor afluencia de turistas sirva para regular un poco los precios, pero tiene un puñado de excelentes locales, cruce entre chiringuito y restaurante chic, que combinan las calderetas y ensaladas locales con la inevitable pasta italiana. Otra herencia que han dejado algunos de sus visitantes.

Libros en la arena

Surrealista es también Za Za, emperador de Ibiza, de Ray Loriga, en la que yates, drogas de diseño y nuevos ricos parodian una jauría neurótica y acelerada. 6 (de 12) formas de morir en Formentera y Otras 6 (de 12) formas de morir en Formentera, de Javier González Granado, es una colección de curiosos relatos dedicados a un mes del año y a un fallecimiento trágico, con guiños a la actualidad y el pasado de Formentera.

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