Alivio, cautela y preocupación a partes iguales. Así ha recibido el sector europeo de la automoción el acuerdo arancelario provisional anunciado entre la Unión Europea y Estados Unidos, que frena la escalada de la disputa comercial pero no evita del todo sus consecuencias. Aunque se ha sorteado una guerra abierta, el precio del armisticio será alto: un arancel del 15% sobre vehículos y componentes automovilísticos que amenaza con costar miles de millones a la industria europea, en pleno proceso de transformación tecnológica y descarbonización.
“Es fundamentalmente positivo evitar una escalada”, ha admitido Hildegard Müller, presidenta de la VDA (asociación alemana del automóvil), en un tono más diplomático que optimista. “Pero también está claro que este arancel costará miles de millones al año a la industria alemana del automóvil”. Su advertencia resuena con fuerza en un momento en que los fabricantes afrontan inversiones sin precedentes en electrificación, digitalización y producción verde.
Una mejora parcial
El acuerdo, anunciado por Ursula von der Leyen y Donald Trump, establece un tope arancelario común del 15% en sectores estratégicos como la automoción, los semiconductores y otros productos industriales. El pacto supone una mejora respecto al arancel que había en vigor desde abril del 25% para la importación a EEUU de vehículos y componentes.
ACEA (Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles) ha valorado el acuerdo político como “un paso importante para aliviar la incertidumbre”, pero ha recordado que “los aranceles sobre automóviles y piezas seguirán teniendo un impacto negativo, tanto en la industria europea como en la estadounidense”.
Los proveedores temen quedar fuera
Los proveedores de componentes, representados por CLEPA, han sido los más explícitos en su preocupación. Si bien celebran la estabilidad que aporta el acuerdo, denuncian que las condiciones actuales podrían dejarlos excluidos de las compensaciones arancelarias, con tarifas efectivas más altas que las aplicadas a los fabricantes de vehículos (OEMs). “Esto amenaza con romper la igualdad de condiciones en toda la cadena de valor”, advierten desde la patronal.
Las alarmas se encienden especialmente por el tratamiento desigual de las piezas en el marco de la controvertida Sección 232 del código arancelario estadounidense. La preocupación es que, bajo la apariencia de un arancel común, se escondan penalizaciones más severas para los actores más vulnerables de la cadena industrial.
Mejoras de competitividad
Más allá de la letra pequeña del acuerdo, el consenso en el sector es claro: Europa no puede permitirse seguir perdiendo competitividad. Las inversiones en electrificación ya han favorecido a Estados Unidos, gracias a los subsidios de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) y al entorno más ágil que ofrecen estados como Texas, Carolina del Sur o Nevada. Ahora, el nuevo acuerdo vuelve a poner a prueba la capacidad de la UE para atraer y retener inversiones industriales.
“La UE debe hacer que sus condiciones marco sean competitivas internacionalmente”, urgía Müller, pidiendo una revisión profunda del marco regulatorio y fiscal europeo. El mensaje no es nuevo, pero sí más apremiante: si la automoción europea quiere sobrevivir a la doble transición —geopolítica y tecnológica—, necesita algo más que acuerdos temporales: requiere un cambio estructural.
La otra gran cuestión sin resolver es el papel de México y Canadá dentro del tablero. Las cadenas de suministro del sector estaban diseñadas bajo la lógica de una América del Norte integrada, y el nuevo marco comercial corre el riesgo de dejar a los proveedores europeos fuera de ese juego. Para muchos, eso no es solo una amenaza logística: es una herida estratégica en un mercado que representa una quinta parte de las exportaciones de vehículos europeos.