La industria del automóvil en Europa está viviendo su cambio de marcha más doloroso en décadas. Las ventas de eléctricos no despegan al ritmo esperado, los híbridos enchufables tampoco convencen del todo y los híbridos no enchufables se han convertido en los grandes favoritos de los consumidores. Todo esto en un contexto en el que Bruselas sigue presionando con sus normativas de reducción de CO2 alejadas de la realidad, mientras que las marcas chinas y estadounidenses han irrumpido con una agresividad demoledora en el mercado global.
El último en tragarse este cóctel explosivo ha sido Stellantis, cuyo desplome de rentabilidad refleja una realidad incómoda: el sector europeo no solo está enfrentando una transformación, sino que se encuentra en una encrucijada existencial. La presión por cumplir con las emisiones (hasta una media de 93 gramos de CO2 por kilómetro en 2025) podría traducirse en multas multimillonarias para los fabricantes europeos, mientras que las ventas de eléctricos siguen siendo insuficientes para compensar la caída de los modelos de combustión interna.

John Elkann y el jefe financiero de Stellantis en la conferencia de resultados
Stellantis y el golpe de realidad: la flexibilidad como única opción
Los resultados de Stellantis han sido, al margen de los errores del anterior CEO, Carlos Tavares, una señal de alerta para toda la industria, al igual que sucede con el empeoramioento en la mayoría de los fabricantes. El presidente y CEO en funciones, John Elkann, ha reconocido que 2024 ha sido "un año del que no estamos orgullosos". Pero no hay margen para lamentos, y Stellantis parece haberlo entendido. Elkann ha sido claro en su mensaje: la clave está en la flexibilidad. En un mercado donde la electrificación no avanza con la rapidez esperada, el grupo apuesta por plataformas híbridas y una mayor variedad de opciones para los consumidores. No es un viraje ideológico, sino una cuestión de supervivencia.
De hecho, el grupo trabaja con unas previsiones de mejora que dan por sentado que tendrá que pagar a Tesla por la compra de créditos de emisiones para camuflar el CO2 de su flota. Un detalle que, si bien no es nuevo en la industria, refleja la dependencia que tienen algunos fabricantes europeos de este tipo de operaciones para evitar sanciones millonarias.
Europa: entre el pragmatismo y el suicidio regulatorio
La Comisión Europea se enfrenta a una decisión crucial: mantener una regulación rígida e inflexible que empuje a los fabricantes a un escenario de sanciones y caída de rentabilidad, o bien adoptar una postura pragmática que permita una transición más gradual y realista hacia la electrificación.
El problema es que las convulsiones políticas en Alemania, Francia, España e Italia complican cualquier consenso sobre el futuro de la movilidad. En vísperas del anuncio del nuevo plan resultante del "diálogo estratégico exprés" de febrero, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, tiene en su mano evitar un desastre industrial o, por el contrario, asistir a un debilitamiento sin precedentes del sector automovilístico europeo.
En un sector donde China domina la producción de eléctricos asequibles y Estados Unidos refuerza sus marcas con ayudas públicas, la automoción europea no puede permitirse perder tiempo en debates estériles. Como advierten los ejecutivos de Stellantis, los clientes buscan opciones accesibles y prácticas, no una revolución impuesta desde los despachos.
Entre el realismo y la utopía
La electrificación no es un capricho ni una moda pasajera, pero su implantación no puede basarse en cálculos ilusorios que ignoran la realidad del mercado. Si los fabricantes europeos quieren sobrevivir, tendrán que ofrecer vehículos más asequibles y diversificar su oferta, combinando eléctricos con híbridos de distintas configuraciones. Bruselas tiene que decidir si impulsa la movilidad sostenible con incentivos eficaces y realismo o si prefiere dispararse en el pie con una normativa que podría debilitar a uno de los sectores clave de la economía europea.
El lobo ya ha llegado a la automoción europea. La cuestión ahora es si los fabricantes y los reguladores serán capaces de enfrentarlo juntos, o si permitirán que la industria termine devorada por sus propios errores.