Apenas unos meses después de desatar una nueva tormenta comercial global, Donald Trump ha comenzado a recoger velas. El presidente estadounidense ha optado por enfriar el conflicto arancelario con dos actores clave: China y el Reino Unido. Sin embargo, la Unión Europea, tercer vértice de esta pugna comercial, sigue esperando su momento, con la amenaza de nuevos gravámenes aún suspendida en el aire.
La noticia más significativa llegó desde Ginebra. Allí, tras dos días de negociaciones discretas, el secretario del Tesoro de EEUU, Scott Bessent, y el representante comercial Jamieson Greer comparecieron para confirmar un “progreso sustancial” en las conversaciones con China. Pese a la falta de detalles concretos, el tono fue inequívoco: se trata de una desescalada. "Las conversaciones han sido productivas", afirmó Bessent, al tiempo que destacaba un clima de “cooperación y respeto mutuo”. No se trataba solo de diplomacia retórica: era una señal de que los aranceles cruzados del 145 % y 125 % que paralizaban el comercio bilateral están siendo reconsiderados.
La premura de estos movimientos es notable. Hace apenas unas semanas, Trump había convertido en inviable el comercio con China, amenazado a más de 180 países con un arancel universal del 10 % y mantenía un castigo adicional del 125 % a los productos chinos. Hoy, en cambio, habla de entendimiento. El giro recuerda a su estilo característico: encender fuegos para después negociar en medio de las llamas.
Fabricantes contra el pacto de aranceles de EEUU y Reino Unido
Simultáneamente, el presidente estadounidense ha alcanzado un acuerdo con el Reino Unido que alivia significativamente la tensión sobre el sector automotriz. Londres ha conseguido que 100.000 vehículos británicos puedan acceder al mercado estadounidense con un arancel reducido del 10 %, frente al 25 % vigente para México o Canadá. La medida ha sido celebrada en el Reino Unido como un salvavidas para una industria estratégica, especialmente en una semana de alta carga simbólica con la conmemoración del Día de la Victoria en Europa.
Pero no todos en Washington aplauden la jugada. El Consejo de Política Automotriz Estadounidense, que representa a Ford, GM y Stellantis, ha acusado al gobierno de socavar los intereses del sector al dar ventaja a productos con “muy poco contenido estadounidense”. El miedo es claro: que este acuerdo siente un precedente para otros pactos bilaterales con Asia o la UE que erosionen la competitividad de la industria norteamericana.
La Unión Europea, por su parte, permanece expectante. La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha dicho estar dispuesta a viajar a la Casa Blanca, pero solo si hay un paquete concreto sobre la mesa. Mientras tanto, Bruselas mantiene en pausa sus contramedidas, aunque ya tiene listo un arsenal arancelario de 95.000 millones de euros por si el diálogo fracasa. La guerra comercial, aunque en tregua, no ha terminado.
Preocupaciones de las empresas según Auto Mobility Trends
Los nuevos movimientos de EEUU en el tablero de la guerra comercial tienen lugar en un momento en el que el país mantiene un arancel del 25% para las importaciones de vehículos y de componentes, con algunas salvedades. Los aranceles se han convertido en una preocupación para las empresas del sector de movilidad y automoción de España, con 18% de compañías que temen un impacto fuerte o muy fuerte por las tasas de EEUU y un 27% por los gravámenes de la UE a China. Sin embargo, la principal preocupación, para un 68% de las empresas, es el auge de las marcas chinas en el mercado español y europeo, según el avance del Barómetro Auto Mobility Trends 2025 presentado en el Salón Automobile Barcelona.
De fondo, la lógica trumpista se mantiene intacta: el comercio exterior es un terreno de poder, no de consenso multilateral. Trump no quiere acuerdos amplios ni reglas iguales para todos, sino tratos bilaterales, medidos a su favor y que puedan exhibirse como victorias políticas. Así ha sido con China, con el Reino Unido y, si el calendario y la estrategia lo permiten, quizás también con la UE.
Por ahora, Bruselas asiste a esta coreografía con prudencia. Sabe que con Trump cada apretón de manos puede ser seguido por un golpe de arancel. Pero también que, en el tablero comercial global, quedarse al margen es tan peligroso como entrar mal. En esta guerra de tarifas y treguas, Europa espera su turno. Pero sabe que el reloj corre, y no siempre a su favor.