Por primera vez en la historia corporativa, un directivo podría recibir una compensación valorada en un billón de dólares. No es un personaje de ciencia ficción ni un magnate del siglo XX: es Elon Musk, el hombre que promete fabricar un ejército de robots, conquistar Marte y ahora, controlar definitivamente Tesla. Pero, ¿qué tiene que hacer Elon Musk para cobrar el premio aprobado por la junta de accionistas?
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En una votación cargada de tensión y espectáculo, la junta de accionistas de Tesla aprobó pagarle a su consejero delegado un paquete de acciones valorado en un billón de dólares, una cantidad equivalente al PIB de países enteros. Más del 75 % de los accionistas votó a favor, a pesar de las críticas de grandes fondos institucionales y la sombra de conflictos de interés: Musk, que posee el 15 % del capital de la empresa, también votó por sí mismo y del premio, que llevaría a tener un 25% del capital.
Una promesa de futuro… o de control absoluto
La presidenta del consejo, Robyn Denholm, lo advirtió con dramatismo: “Elon podría abandonar Tesla si no se aprueba este paquete”. Y la amenaza surtió efecto. Para muchos inversores, perder a Musk significaría perder la narrativa que sostiene el valor de Tesla. No solo es su fundador, sino el arquitecto de una visión que mezcla inteligencia artificial, robótica y transporte autónomo.
El plan aprobado llega en un momento delicado para Tesla, con descensos en las ventas tras la deriva a favor de Donald Trump de Elon Musk y en un mercado cada vez mñas competido. Pero el premio no es un simple cheque. Musk deberá cumplir 12 objetivos que abarcan desde resultados financieros hasta metas de producción casi utópicas hasta 2035:
- Alcanzar una cifra acumulada de 20 millones de vehículos eléctricos vendidos.
- Lanzar una flota de un millón de robotaxis autónomos.
- Vender un millón de robots humanoides Optimus.
- Alcanzar 400.000 millones de dólares en beneficios operativos.
- Y llevar la valoración de Tesla de 1,5 a 8,5 billones de dólares.
Por cada meta cumplida, Musk obtiene un 1 % adicional en acciones. Si logra los 12 hitos, su participación superará el 25 % del accionariado, dándole el control efectivo de la empresa. No solo sería el hombre más rico del mundo: sería el primer billonario en la historia.
Del coche al androide
La votación culminó con una escena digna de su protagonista. En el escenario de la planta de Tesla en Austin, Musk apareció entre vítores, acompañado de un robot Optimus que bailaba al ritmo de la música. “No estamos comenzando un nuevo capítulo, sino un nuevo libro”, proclamó, anunciando el inicio de la “era de los robots”.
Musk asegura que Optimus será el mayor producto de la historia, superando incluso al teléfono móvil. Ya planea dos líneas de montaje: una en Fremont (California) con capacidad para un millón de robots al año y otra en Austin que podría producir hasta diez millones. El empresario promete que, en el futuro, habrá miles de millones de estos humanoides trabajando por la humanidad y “erradicando la pobreza”. “Tesla ya es el mayor fabricante de robots del mundo —dijo— porque cada vehículo es un robot. Optimus es uno con brazos y piernas”.
El sueño (y el riesgo) de un visionario
El entusiasmo no es unánime. Fondos como el soberano de Noruega y consultoras de gobernanza como Glass Lewis e ISS rechazaron la propuesta, calificándola de excesiva y peligrosa. Argumentan que el consejo de administración de Tesla carece de independencia y que el paquete refuerza una cultura empresarial centrada en la figura de Musk, no en la solidez del negocio.
Sin embargo, los fieles a Musk no dudan: su genialidad y su ambición son las que impulsaron a Tesla a convertirse en el mayor fabricante de vehículos eléctricos del mundo. Y si el futuro de la inteligencia artificial tiene un nombre, muchos creen que será el suyo.
El precio del poder
Para conseguir ese billón de dólares, Musk no solo deberá multiplicar el tamaño de Tesla: tendrá que reinventarla. Convertirla de fabricante de autos en gigante global de robótica e inteligencia artificial. Cumplir con todos los hitos podría llevar una década, pero incluso si no los alcanza todos, el camino lo haría aún más rico y poderoso.
El propio Musk lo resume con ironía y arrogancia: “Las demás juntas de accionistas son un rollo, pero las nuestras son la leche”. Y mientras sus seguidores lo aclaman, los robots bailan y las acciones suben, una pregunta sigue flotando en el aire: ¿Está el mundo preparado para un hombre con un billón de dólares y un ejército de robots?