El domingo pasado, al filo de la madrugada, algunos residentes de South Congress, un barrio animado de Austin, miraban incrédulos cómo un Tesla Model Y pasaba en silencio frente a las taquerías abiertas toda la noche. Detrás del volante, nadie. En el asiento del copiloto, un ingeniero de Tesla con mirada alerta y manos cerca de un botón rojo de parada de emergencia. Eran los primeros robotaxis de Tesla.

Así comenzó, casi en secreto pero con toda la fanfarria virtual de Elon Musk, la era de los robotaxis de Tesla: coches sin conductor que, paradójicamente, todavía necesitan un humano dentro. Musk lo describió en su red X como la “culminación de una década de arduo trabajo”, y para muchos es el lanzamiento más arriesgado desde el propio nacimiento de Tesla como fabricante de coches eléctricos.

La prueba es minúscula, simbólica y cuidadosamente controlada: unos diez Model Y circulan por una zona restringida de Austin, recogiendo a invitados y a pasajeros que pagaron 4,20 dólares por un viaje supervisado. La tarifa es casi una broma interna —un guiño de Musk a su sentido del humor críptico— pero también un precio por el privilegio de convertirse en pionero, o en conejillo de indias, según se mire.

Un copiloto para el coche que se conduce solo

Tesla lleva años prometiendo coches totalmente autónomos, pero esta vez la promesa rueda sobre asfalto real, no solo en vídeos de demostración. Los copilotos humanos, oficialmente “monitores de seguridad”, son la prueba tangible de que el sueño de la autonomía total sigue siendo un trabajo en progreso.

No está claro hasta dónde pueden intervenir estos monitores ni cuántas veces lo han hecho ya. Pero están ahí para calmar temores y, sobre todo, para calmar a los reguladores. Texas, históricamente laxo en materia de vehículos autónomos, acaba de endurecer reglas para exigir permisos y dar a la policía la capacidad de parar la flota si algo sale mal.

Influencers a bordo, promesas en el aire

Musk ha convertido este experimento en un espectáculo controlado para fans: un puñado de influencers cercanos a Tesla fueron invitados a grabar sus primeros viajes y colgarlos en X. En los vídeos, se ven las manos cruzadas de los copilotos mientras los autos sortean rotondas y semáforos. Hay risas nerviosas y frases como “esto es el futuro”.

Pero fuera de la burbuja de fans, el escepticismo es palpable. Waymo, de Alphabet, lleva años de ventaja y opera miles de robotaxis en varias ciudades. Tesla, sin embargo, apuesta por un enfoque único: nada de costosos radares LIDAR, solo cámaras y algoritmos. Más barato, sí; más polémico, también.

Un camino cuesta arriba

Tesla no da detalles de cuándo retirará al copiloto ni de cuántos robotaxis pondrá en circulación después de Austin. Musk dice que serán “súper paranoicos” con la seguridad, limitando el servicio a buen tiempo, zonas fáciles y adultos. Las noticias de un Model Y que atropelló un maniquí tras saltarse una señal de stop aún rondan como un fantasma incómodo.

En el trasfondo, Tesla juega mucho más que una curiosidad tecnológica. Sus accionistas sueñan con que estos robotaxis, junto con robots humanoides, justifiquen el gigantesco valor de mercado de la compañía, hoy muy superior al de cualquier rival tradicional.

Mientras tanto, en Austin, la escena se repite: un coche sin conductor recoge a un pasajero curioso, un copiloto supervisa en silencio y la ciudad observa, a medias fascinada, a medias escéptica. Un robotaxi que aún necesita un humano es, de momento, la definición exacta de cómo se ve el futuro cuando todavía no ha llegado del todo.