Le Mans consagra héroes, pero rara vez permite cuentos de hadas. Este domingo, el equipo privado AF Corse escribió su epopeya: el coche número 83, suministrado por Ferrari, superó los monoplazas oficiales y también a la élite de una decena de fabricantes que acudieron a la icónica carrera de resistencia de las 24 Horas de Le Mans en busca de las afamadas coronas de laurel.

El equipo fundado en 2002 por el expiloto Amato Ferrari (sin parentesco con la familia de Enzo Ferrari) se impuso a los poderosos equipos de la propia Ferrari así como de Porsche, Cadillac, Toyota, Alpine, Peugeot, Aston Martin, BMW y Proton.

Veinte años hacía que un equipo privado no osaba imponerse ante la maquinaria implacable de las grandes marcas. Este fin de semana, David se permitió recordarles a todos que en Le Mans ningún gigante es invencible. Y el protagonista de esta historia de redención fue un hombre que lleva más cicatrices que victorias: Robert Kubica.

Un polaco, un británico y un chino entran en la leyenda

Kubica, el británico Philip Hanson y el chino Ye Yifei arrancaron desde la decimotercera posición de la parrilla los Hypercar. En cualquier otra pista, eso sería una condena. En Le Mans, es apenas el prólogo de una hazaña. El Ferrari amarillo, que nació como tercer coche de Ferrari en la prueba, olió la sangre cuando la noche traicionó a sus hermanos mayores: penalizaciones, un pinchazo lento, un trompo inoportuno... Cada grieta en la coraza de los favoritos era un aliento para los cazadores.

Kubica, incansable, pilotó casi la mitad de la carrera: 43% de las vueltas, cinco relevos seguidos para rematar la proeza y apenas 14 segundos de ventaja en la meta sobre un Porsche #6 que resucitó desde el último puesto de la parrilla tras ser descalificado en la clasificación. El polaco, que perdió un brazo en los rallyes y un triunfo en Le Mans LMP2 por un sensor maldito en 2021, hoy se redimió y se convirtió en leyenda.

Ye Yifei, por su parte, grabó su nombre como el primer piloto chino en ganar en La Sarthe. Y Hanson, curtido en LMP2, demostró que sabe ganar cuando se apagan las estrellas y solo queda sudor y coraje.

Ferrari extiende su imperio con un equipo independiente

La victoria es de Ferrari, sí, pero no de Maranello: es de Piacenza. AF Corse, el taller de sueños de Amato Ferrari lleva dos décadas peleando en GT, domando coches rojos para clientes, levantando trofeos menores. Hoy firmaron la rebelión perfecta: derrotar a la fábrica usando sus propias armas.

Para Maranello, la píldora es agridulce. El #51 —los héroes de 2023— completó el podio tras sufrir un trompo de Alessandro Pier Guidi entrando a boxes. El #50 —los conquistadores de 2024— llegó justo detrás, frustrado tras órdenes de equipo que impidieron pasarse entre ellos para proteger puntos del Mundial de Resistencia.

Pese al caos interno, Ferrari suma su tercer triunfo consecutivo en Le Mans, con tres coches y tres equipos diferentes. Ninguna otra marca soñaría con tal dominio... ni sufriría tanto controlándolo.

Un taller de Piacenza

Porsche Penske Motorsport rozó la épica: el #6, penalizado por exceso de peso en la clasificación, salió 21º y se encaramó al podio en una remontada de ciencia ficción. Kevin Estre voló en la madrugada, Vanthoor y Campbell sostuvieron el pulso. Faltaron 14 segundos, un suspiro tras 5.200 kilómetros a fondo.

Cadillac, que deslumbró el sábado con la pole, se diluyó con el amanecer. Toyota, emperador destronado, apenas salvó un sexto puesto como mejor botín. Buemi firmó la vuelta rápida en Hypercar, premio menor para quien colecciona relojes de campeón.

Le Mans volvió a recordarnos que nada está escrito hasta que cae la bandera. Que un taller de Piacenza puede derribar un imperio de Maranello. Que un piloto con un brazo destrozado puede sostener un volante durante cinco relevos y ver la gloria que le robaron hace años. Bajo el griterío de 332.000 almas, AF Corse devolvió la fe a quienes creen que en La Sarthe aún cabe la sorpresa. En tiempos de híbridos, superestructuras y estrategias dictadas por simuladores, el corazón y el coraje todavía escriben finales imposibles. David venció a Goliat. Y lo hizo a más de 300 km/h.