Europa atraviesa un momento decisivo para la industria de la automoción. La electrificación y la descarbonización son procesos ineludibles, pero su éxito dependerá de algo más que de fijar objetivos ambiciosos. La transformación de nuestro sector exige una estrategia industrial coherente, estabilidad regulatoria y, sobre todo, confianza. Porque sin confianza, en la tecnología, en la industria y en el papel del automóvil como motor de progreso, la transición no será sostenible.


Artículo vinculado al Barómetro Auto Mobility Trends 2025. Descárgalo en este enlace


En la última década, la producción europea de vehículos ha caído de 17 millones a poco más de 14, y el mercado ha pasado de 19 a 15 millones. Menos volumen significa menos ingresos y, por tanto, menos capacidad para financiar la transformación. Las empresas proveedoras de componentes de automoción, que constituimos el corazón de la cadena de valor, estamos invirtiendo más que nunca para adaptarnos a las nuevas exigencias tecnológicas, muchas veces con una rentabilidad muy ajustada. La realidad es que, sin una base industrial sólida, la transición corre el riesgo de quedarse varada en el camino.

Europa ha sido, durante décadas, un referente global en ingeniería, innovación y calidad industrial. Pero hoy, mientras otros bloques refuerzan sus políticas industriales y atraen inversión con incentivos y claridad regulatoria, nuestro continente se enfrenta a un entorno de incertidumbre que frena decisiones de calado. No podemos permitir que la ambición climática se convierta en un freno competitivo.

Riesgos para la industria de componentes

Gran parte de las empresas que conforman la industria de componentes somos compañías medianas o familiares, que estamos profundamente arraigadas en los territorios donde operamos. Estas compañías son las que están llamadas a asumir un papel protagonista en la nueva movilidad, pero carecen de los instrumentos financieros y fiscales necesarios para invertir en su transformación. Adaptarse a los nuevos procesos productivos, digitalizarse o desarrollar tecnología propia requiere visión, pero también liquidez. Sin medidas concretas, corremos el riesgo de perder proyectos, talento y empleo cualificado, y con ellos una parte esencial del saber hacer industrial europeo.

Necesitamos un plan de país y europeo que dé estabilidad y perspectiva a largo plazo. No se trata solo de reducir emisiones, sino de garantizar que la transición hacia la nueva movilidad se apoye en una industria fuerte, competitiva y con capacidad de generar valor añadido. Eso implica políticas industriales que impulsen la innovación, financiación adaptada a la realidad del sector y una colaboración efectiva entre administraciones, fabricantes y proveedores.

Del mismo modo, debemos cuidar la dimensión social de esta transición. Detrás de cada fábrica hay personas, familias y territorios que dependen de esta industria. Si queremos que la movilidad del futuro sea sostenible, también debe ser generadora de empleo y de oportunidades. La automoción europea ha demostrado una capacidad de adaptación extraordinaria a lo largo de su historia y estoy convencido de que lo volverá a hacer si cuenta con el apoyo y la estrategia adecuada. La electrificación no debe verse como una amenaza, sino como una oportunidad para reforzar nuestro liderazgo tecnológico y reindustrializar Europa. Pero para lograrlo necesitamos pasar del consenso a la acción, con decisiones firmes y coherentes. El momento es ahora.